
Colombia tiene mil lugares de una belleza natural especial, pero definitivamente Nuqui tiene la mezcla perfecta por eso ha estado siempre en los primeros lugares de mi lista de favoritos. Sin embargo llegar a Nuquí, en la costa pacífica colombiana, no es tarea fácil. Tal vez eso hace de esta tierra un lugar aún más espectacular. Sólo hay dos maneras de pisar ese municipio ubicado en tierra chocoana. La primera opción es venir por barco, aunque en realidad no es muy conveniente pues sólo llegan barcos que traen mercancías desde el puerto de Buenaventura; o por avión, desde Quibdó, la capital del departamento del Chocó, o en pequeñas avionetas que llegan desde Medellín o Pereira. El aeropuerto de Nuquí es pequeñísimo y la pista sólo tiene el tamaño suficiente para que un avión de pequeña envergadura alcance a frenar. Pero si bien, el aterrizaje resulta un poco riesgoso y hace poner los nervios de punta, la vista de esas montañas selváticas que se funden con la playa y el inmenso océano pacífico si que vale bien la pena.
Nuquí es en realidad un pueblo muy pequeño y poco desarrollado, donde la falta de presencia del estado colombiano es evidente a primera vista. Pero sus habitantes, gentes amables y emprendedoras, han hecho un gran esfuerzo para ofrecerle al turista varias opciones de hospedaje, sencillas pero muy cómodas, en las vírgenes playas del municipio de Nuquí. Así que, aunque Nuquí parece un lugar perdido en la mitad de la nada, cualquier persona amante de la naturaleza y la buena comida local, se va a sentir como en casa.

Por recomendaciones de otros viajeros nosotros escogimos el eco hotel “La Joviseña” para hospedarnos. Antes de llegar a Nuquí yo recomendaría tener el alojamiento ya reservado, pues la mayoría de las opciones se encuentran fuera del pueblo, en playas a las que solo se puede llegar por barco. Gracias a que habíamos reservado con anterioridad, nos estaban esperando a la salida del aeropuerto para llevarnos a la maravillosa playa de Guachalito, en el corregimiento de Joví. Escasos 35 minutos en lancha separan esta playa del casco urbano de Nuquí, y aunque el viaje puede ser más o menos movido dependiendo de la marea y del oleaje, la hermosa vista y la sensación de paz que se respira, hacen de la travesía en barco una maravilla. Aquí les dejo el enlace para del hotel porque seguro se antojan http://www.lajovisena.com/es/hotel-ecologico-nuqui-choco
Al desembarcar estábamos ya maravillados por el contraste del verde profundo de la selva y la arena negra de la playa. El Océano Pacífico no ofrece los mismos tonos azulados del Mar Caribe, pero la abundancia del ecosistema es tan perfecta, que todo el paisaje parece salido de una pintura. El Eco Hotel no tiene muelle ni nada por el estilo, así que recién llegados nos quitamos los zapatos, saltamos de la lancha, y nos refrescamos los pies con agua salada. De ser posible, es recomendable viajar con ropa y zapatos cómodos ya que desde la salida del aeropuerto todo resulta una aventura. Pero todo ese cansancio de la jornada de viaje se desvaneció cuando la sonrisa de la dueña del hotel y sus empleados salieron a darnos la bienvenida y a ofrecernos agua de coco recién tumbado de la palma. Obviamente, las palmas de coco son damas y señoras de ese paraíso y eso va a marcar los sabores de las delicias que se cocinan en esa región.

Photo by icon0.com on Pexels.com

Photo by VisionPic .net on Pexels.com
Eco Hotel La Joviseña cuenta con cuatro cabañas, cada una con capacidad para cuatro o cinco personas, es decir, pueden alojar entre 16 a 20 huéspedes. Al tener pocos huéspedes se hace más evidente el trato especial para cada uno, dando al hotel un ambiente muy familiar. Cada cabaña está construida de acuerdo con la arquitectura local, en madera y sobre pilotes, y cuenta con un balcón donde está colgada la infaltable hamaca para sentarse a leer o a descansar entre los sonidos de las aves; muchas de ellas especies endémicas de la región. Si bien la hamaca es extremadamente cómoda y las olas del mar resultan el sonido perfecto para dormir, varias veces tuve que levantarme a traer la cámara y salir a perseguir unas plumas de colores brillantes y llamativos. El hotel, como es común en la región, no cuenta con energía eléctrica, pero con la ayuda de un generador se encienden las luces cada noche y es posible cargar aparatos electrónicos; en la cabaña no hay ningún inconveniente pues está iluminada con energía solar. Aunque es útil empacar una linterna en la maleta, nunca sentimos la falta de electricidad.
El golfo de Tribugá es una de las zonas marítimas más ricas en peces en las costas colombianas. Los pescadores que salen diariamente con sus canoas y sus redes artesanales pescan una gran variedad de peces, entre ellos más de 20 especies de atunes y el delicioso pargo rojo. Todos los días desde el desayuno hasta la cena, el restaurante de la Joviseña ofrece platos preparados con la pesca del día combinada con los ingredientes que se cultivan en sus jardines y alrededores. Si usted considera que no es muy amante del pescado y que eso puede hacer que su estadía no sea tan placentera, le garantizo que los olores de la comida que se prepara en esa cocina van a hacer que no pueda resistirse a probar. Los platos típicos de la región están muy influenciados por los saberes ancestrales indígenas y las costumbres de las comunidades afrocolombianas; así pues combinan a la perfección hojas, especias y raíces de la selva con coco, yuca y pescado creando mezclas que conquistan hasta los paladares más exquisitos. Como buena amante de la comida, aún guardo en mi memoria esos sabores como si fuera ayer; y recuerdo esa noche en la que todos los huéspedes compartimos un pargo rojo de varios kilos que fue ahumado con el método tradicional; primero lo envuelven entre hojas de plátano, luego lo entierran y por último lo cubren con carbones ardientes por varias horas. Otros manjares como el sancocho de pescado y las empanadas de atún desaparecían día tras día de la mesa como por arte de magia.

Fotos por Carlos Arturo Cárdenas
Aunque fui a Nuquí hace ya varios años, tengo muy vívidos los recuerdos de las cascadas de agua cristalina en las que nos bañábamos a pocos pasos de la playa. La perfecta temperatura de las piscinas termales ubicadas a media hora viajando en lancha desde el hotel. O ese paseo en canoa, impulsada por el remero a la manera tradicional en las aguas claras del río Joví, donde rodeados por árboles que dibujan sombras con sus ramas tendidas hacia el agua, vimos ese pájaro al que llaman “la soledad” (Trogonus personatus) adornado con sus colores verdes y rojos inolvidables. Pero hay una emoción que definitivamente nunca voy a poder borrar¸ una emoción que me hace querer volver a Nuquí una y otra vez; y fue esa sorpresa de ver aquella ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) salir del agua con todo su cuerpo gigante y volver a caer con gracia dejando sólo espuma. Ese día, como nunca, realicé lo maravilloso que es este planeta donde vivimos y di las gracias de poder disfrutar de ese espectáculo.
Las ballenas jorobadas llegan del pacifico sur a aparearse y tener sus crías en las aguas cálidas del Pacifico colombiano, particularmente en la ensenada de Utría, a más o menos tres horas en lancha de Nuquí. Desde junio hasta septiembre o principios de Octubre, es un deleite para grandes y chicos ver las juguetonas ballenas saltando con sus crías frente a las playas. Los pescadores cuentan que antes de la llegada de los colonos, ellos sentían terror al saber que junio ya se acercaba, pues sus mares, donde ellos acostumbraban a pescar tranquilamente, se llenaban de monstruos marinos. Fue con el tiempo, que descubrieron que estas ballenas son pacíficas y desde ahí las respetan y las cuidan. Para ellos es un orgullo que estos cetáceos gigantes escojan su tierra para enseñar a sus ballenatos a nadar. Desde hace varios años, los locales aprovechan el interés por admirar a estos animales que atrae a turistas y científicos a estas tierras, todos interesados en saber más de estas criaturas marinas. Hoy, los habitantes de Nuquí ya saben cuáles son los lugares favoritos de las ballenas durante el día, sus oídos ya están acostumbrados a identificar desde lejos ese ruido grave que producen los espiráculos cuando la ballena sale a respirar, y casi que pueden apuntar sin dudar el siguiente lugar en donde la ballena va a salir de nuevo del agua.

Fotos por Carlos Arturo Cárdenas
La biodiversidad que se encuentra en las playas y selvas chocoanas es un tesoro no sólo de nosotros los colombianos, sino de toda la humanidad. Un tesoro que estamos obligados a proteger y respetar, así como lo han hecho muchas generaciones de indígenas y de comunidades afrocolombianas que allí habitan. Estas palabras pueden resultar muy retóricas y de poco sentido, pero después de ver cuanto aman las ballenas jorobadas saltar en estas aguas, resulta imposible no querer proteger esta tierra para poder seguir disfrutando de ella, y que de la misma forma nuestros nietos puedan hacerlo también.
Si te interesa saber cómo empecé a escribir sigue este likhttps://colombiatoindia.com/2020/10/31/example-post-3/ o quizás prefieras leer sobre mis primeras impresiones en la India https://colombiatoindia.com/2020/11/07/mis-primeras-impresiones-en-la-india/