
Antes de viajar a la India, pasé una semana en Dusseldorf con una de mis mejores amigas del colegio y su adorable esposo; mi casa lejos de casa. Desde Dusseldorf tomé el tren para abordar en Frankfurt el vuelo con destino a Chennai. Esa madrugada de invierno, caminé unas pocas cuadras desde la casa hasta la estación de tren con mis manos entre guantes y mi gorro. La estación estaba bastante vacía pues no eran siquiera las seis. Me aseguré de revisar desde cual plataforma salía el tren con destino a Frankfurt y bastante nerviosa subí las escaleras con mi maleta, lista para abordar. Al comprar un tiquete en Lufthansa, la aerolínea da la posibilidad de comprar parte de la jornada en tren; en mi caso tenía bastante sentido pues sólo dos horas de viaje separan las dos ciudades y es muy conveniente llegar directo a la estación del aeropuerto de Frankfurt. El vagón reservado tiene un espacio especial para las maletas y en caso de retraso del tren, la aerolínea se hace responsable. Pero creo que a nadie se le pasa por la cabeza que un tren en Alemania donde los relojes funcionan al punto se pueda retrasar. Yo tenía suficiente tiempo para entregar mi maleta en el aeropuerto, algo así como tres horas libres, pero para aumentar mis nervios y porque siempre al viajar puede pasar lo que nunca pasa, el tren se retrasó más de dos horas.

Una vez en la estación de destino bajé volando con mis maletas pesadas y llegué al mostrador a despachar el equipaje que no iba a llevar en cabina. Menos mal, al salir del tren hay varios mostradores para registrar las maletas justo entre la estación y el aeropuerto, dándole a los pasajeros la posibilidad de continuar su camino más livianos de equipaje, por los largos pasillos que llevan al área principal del edificio. La persona que me atendió en el mostrador me dijo: “tiene que correr porque va muy tarde, no estoy seguro si alcanza a llegar a tomar el avión”. Con el corazón a mil salí lo más rápido que pude y cómo siempre en esas situaciones, los caminos se hacen más largos y las cosas que uno haría con los ojos cerrados resultan tareas imposibles. Cuando llegué a inmigración a sellar el pasaporte había una fila muy larga; me tocó hacer lo que nunca había hecho, soy de esas personas que siempre se mueven con el reloj, pero con pena y todo, les dije que iba muy tarde y corría el riesgo de perder el vuelo. Tras pasar seguridad, seguí recorriendo pasillos que parecían interminables, pues mi puerta de salida era la última en esa área del aeropuerto.
Casi segura que no iba a alcanzar llegué a la sala de embarque, y desde ese mismo momento entendí que esta experiencia iba a ser completamente diferente a todos mis viajes anteriores; incluso sin haber abordado el avión, ya se sentía un ambiente distinto. Reconocí entre los pasajeros algunas caras occidentales, pero éramos definitivamente minoría. La mayoría de los pasajeros, particularmente las mujeres portaban con gran orgullo los atuendos típicos indios que tan pocas veces yo había visto en el pasado. Hoy los sé diferenciar, incluso me encanta vestirme con ellos, pero en ese momento sólo conocía la palabra saree (sari). Mis conocimientos sobre la India en ese entonces se reducían a casi nada, alguna información que tenía de las historias que mi mamá me contaba, charlas con dos amigos indios que había conocido en mis viajes, y el deleite que había tenido de probar la comida india, el año justo anterior, celebrando mi cumpleaños con mi hermano en Berlín.


Mujeres en saree en una calle de Pondicherry. (India)
Mi vuelo iba con destino a Chennai. Chennai es la capital, y la ciudad más grande de Tamil Nadu. Tamil es el último estado al sur del país; es el décimo estado en tamaño y tiene la sexta población del total de habitantes de la India. Es altamente urbanizado, densamente poblado, y uno de los estados más industrializados. Tamil Nadu fue fundado en 1956 para acoger a los hablantes del idioma tamil, uno de los idiomas más antiguos del planeta. Para conocer más detalles puede visitar el siguiente link https://es.wikipedia.org/wiki/Tamil_Nadu

Amanacer en Kanyakumary, Tamil Nadu (India), último punto al Sur del subcontinente indio.
Abordamos el avión después de una corta espera. Yo tenía mil sentimientos encontrados, iba a ver a mi mamá después de largo tiempo y eso me hacía muy feliz, pero por otra parte me moría de los nervios de no saber como me iba a sentir en ese universo que era tan disímil a lo que yo estaba acostumbrada. La tradicional comida de avión era también diferente, el menú se reducía a dos clases de comida vegetariana, y el tradicional café había sido reemplazado por la bebida nacional india, el té. Esto último para mi no era un problema, pues si bien crecí en Colombia, país productor de uno de los mejores cafés del mundo, amé el té desde muy pequeña y siempre lo preferí cuando tenía que escoger entre té y café. Después de comer me quedé dormida y al despertar ya estábamos casi por aterrizar. Las nueve horas de viaje transcurrieron tranquilamente y el avión llegó a la hora programada, 1 de la mañana hora india. Si quieres saber más sobre la cultura del té en India te recomiendo este blog https://zenningmyway.com/2020/09/19/things-to-do-in-fort-kochi-cochin/.
Antes de abordar en Frankfurt mi mamá me dio por teléfono todas las instrucciones. Sobre todo porque al llegar no iba a tener manera de comunicarme con ella. Una vez saliera del aeropuerto un taxi me estaría esperando para llevarme a Auroville. Al salir del avión se hizo más evidente todo ese choque cultural que me esperaba en mi nuevo destino. La India es un país densamente poblado, por lo cual los sitios públicos siempre están muy llenos de gente. Las grandes multitudes fue una de las cosas que mayor impacto me causó al llegar. Las filas en inmigración y seguridad eran interminables, pero no tuve mayor inconveniente más allá de tener que esperar más de una hora para sellar mi visa y mi pasaporte, la India es un tema de paciencia. Tras recoger la maleta, mi mamá me había advertido que cambiara algo de plata en el aeropuerto. La casa de cambios también estaba muy llena, y me sentí bastante intimidada al ver que todos los que hacían fila eran hombres, pero no tuve problema, era mi mente y mi inseguridad las que me estaban haciendo ver la situación más complicada de lo que realmente era.
Rápidamente noté que había muy pocas personas viajando solas, por no decir que yo era la única mujer que no venía en un grupo. Muchas son las historias que se cuentan sobre el hecho de viajar como mujer sola en la India, y yo para ser sincera no era ajena a esas historias. Desde el primer momento en que planeé mi viaje, siempre pensé que era mejor tomar un tour, pero para llegar a Auroville no tenía otra opción que tomar un taxi sola.
Sin embargo, hasta ese momento el ambiente protegido del aeropuerto no era ni la mitad de lo que me iba a encontrar afuera; una vez se abrió la puerta de salida, detrás de la baranda estaban esperando algo así como 200 personas, todas ellas hombres. Los vuelos que vienen de Europa generalmente llegan en la madrugada, así que es muy común que el aeropuerto y sobre todo la zona de salidas, esté llena de taxistas que esperan pasajeros. Muchas de esas personas allí esperando tenían carteles con nombres, y yo sólo pensaba como iba a reconocer mi nombre entre esa multitud. Menos mal, en la mitad de todo ese tumulto vi un pequeño cartelito que decía Cristina. Me volvió el alma al cuerpo. El taxista no hablaba mucho inglés, pero me indicó que lo siguiera. Mientras íbamos hacia el carro, me pasó su celular y me dijo: “mom”. Yo no entendí a qué se refería, pero respiré profundamente aliviada cuando escuché al otro lado del teléfono la voz de mi mamá: “el viaje dura casi tres horas, así que estarás llegando después de la 4 de la mañana, aquí te espero”.

El viaje en taxi fue agradable, en realidad dormí casi todo el camino. A esa hora de la madrugada Chennai e incluso la carretera hacia al sur estaban bastante desocupadas, así que no fue sino hasta la mañana siguiente cuando sentí en realidad lo que es el desorden organizado del tráfico en la India. Estando en Auroville nunca me sentí en la India, y esa primera mañana me desperté rodeada de árboles y pájaros cantores. Ver a mi mamá de nuevo fue un sentimiento increíble, nuestra relación no siempre fue buena pero después que yo pasé la adolescencia, y en espacial en los últimos años nos hemos acercado muchísimo.
Esa mañana mi mamá tenía una cita en Pondicherry. Pondicherry es lo que en la India se denomina un territorio de la Unión, es decir que tiene su propio gobierno, pero este debe rendir cuentas directamente al gobierno central en Delhi, no como ocurre con los otros estados. Este territorio hacía parte del Imperio colonial francés, y aunque hoy es completamente independiente de Francia, la influencia francesa se nota en gran medida en su cultura y arquitectura. Contrario al resto de la India este territorio nunca estuvo bajo el dominio del imperio inglés. Pondicherry (o Puducherry) ciudad es una ciudad pequeña comparada con las grandes urbes indias y su población no alcanza a 1 millón de personas. Más información en el siguiente link https://es.wikipedia.org/wiki/Puducherry#Puducherry_(ciudad)

Salimos de Auroville en lo que en India se conoce como rickshaw o tuk tuk, la alternativa preferida por los locales cuando por alguna razón no pueden usar el servicio de bus, pues es menos costoso que un taxi. Y muy pronto al cruzar el límite de Auroville empecé a vivir lo que realmente significa estar en India. Hacer sonar el claxon todo el tiempo es una costumbre muy común, diferente a como se usa en occidente, en la India, aunque en algunas regiones más que en otras, se utiliza para avisar que el vehículo va a adelantar o simplemente para avisar que viene por la vía, es más una señal de advertencia pacífica, pero eso hace las calles y autopistas muy ruidosas. Al manejar, no sólo hay que ser cuidadoso con los autos, motos, buses, camiones, rickshaw y demás que se encuentran en la vía, sino también con las vacas, cabras y búfalos que son transeúntes comunes y muy respetados. Para cruzar una calle, no existen pasacalles ni nada por el estilo, pero existe un respeto hacia el peatón y un ritmo especial que hace que las cosas se muevan en la calle de la manera correcta. A esto se le suma que en la India, debido a las costumbres que aquí adquirieron por haber pertenecido al imperio inglés, se maneja en sentido contrario al que yo estoy acostumbrada; así que al cruzar la calle hay que hacer un esfuerzo extra para determinar de que lado vienen los carros. con el tiempo y la experiencia me fui acostumbrando a este nuevo ritmo, pero ese primer día, Pondicherry me pareció una ciudad de locos. La verdad, una y mil veces me pregunté: ¿De dónde había sacado la grandiosa idea de visitar a mi mama?

Mi mamá ya muy acostumbrada se movía con mucha naturalidad. Una vez llegamos a Pondicherry me pidió que la esperara mientras ella iba a su cita. Yo le dije pretendiendo estar muy a gusto: “Claro mami, no hay ningún problema, yo te espero en una hora en el supermercado”. El supermercado quedaba a escasas cuatro cuadras de donde estábamos. Una vez me quedé sola me sentí totalmente perdida, sabía exactamente dónde estaba y hacia donde tenía que ir, pero todo alrededor parecía tan distinto que sentía que había amenazas en todas partes. Decidí empezar a caminar y me pareció que la mejor manera de escapar de ese desorden era entrar a un almacén que estaba a escasos metros, allí me sentí segura. Intenté quemar el tiempo lo que más pude y luego me fui para la salida del supermercado a esperar a mi mamá, estuve allí parada por más de quince minutos sin querer moverme. Después de visitar muchos países sola, la India me golpeó de una manera que nunca imaginé, solo quería salir corriendo.
Un años después visité Pondicherry, y me reía sola de todos esos pensamientos y ese miedo que había sentido ese primer día. Pondicherry es una ciudad super agradable, muy tranquila comparada con otros lugares en India, y si hoy alguien me pregunta si recomiendo visitar Pondicherry, a ojos cerrados les digo que sí.
Me encanto lo que escribiste Cristina. Mi viaje con tu mamá fue mi tercera vez. Sigue contándonos tus experiencias , un abrazo
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Muchas gracias Mónica!!! He escuchado muchas historias de ese primer viaje de ustedes dos a Auroville. Todavía me queda pendiente ir a Calcuta. Un abrazo
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